Como en 'David y Claudia' , a mí también me gustaría poder estar en su cabeza, y hacer que no mire a nadie nunca más.
La conocí hace unos meses, en clase de alemán. Un día que llegué tarde, al ir a sentarme en mi sitio, la vi en la silla de detrás mío. Llevaba un suéter verde y el pelo suelto, cosa rara en ella. Unos vivarachos ojos marrones daban luz y vida a su cara, quizás también al resto de la habitación. Sólo alcancé a dejar salir un tímido 'wow!' para mis adentros. Qué queréis, soy simple.
Al inicio de este segundo año, me encontraba un poco perdido en clase. En primero había hecho buenas migas con el grupo de gente con el que me sentaba. Especialmente con Íker y Sonia. Creo que de habernos seguido viendo podríamos haber llegado a ser buenos amigos. Sin embargo, unos lo habían dejado, otros no habían pasado de curso y el resto se había cambiado de turno. Así que las primeras semanas se me hicieron cuesta arriba, básicamente porque me encontraba sólo en medio de un montón de gente que ya hacía tiempo que se conocía. Para alguien con mi grado de timidez, ésa es una situación realmente angustiosa. No, no exagero.
Así estaban las cosas, hasta que un día ella se sentó a mi lado. Creo que nunca sabré el motivo, había muchos otros sitios libres en clase. La cuestión es que, poquito a poquito, comenzamos a hablar, cada vez más. Resultó que no sólo era realmente preciosa, sino que, por encima de todo, era un auténtico encanto. Una delicia para los sentidos el oírla hablar, oírla reír. Imposible no estremecerse al verla sonreír. Yo me sentía increíblemente cómodo a su lado. A pesar de que hacía poco tiempo que nos habíamos visto por primera vez, era cómo si nos conociésemos desde hace muchos años. Todo era espontáneo, natural. Es algo que sólo me ha pasado con un puñado de gente en toda mi vida y, desde luego, al final todos ellos han acabado siendo parte importante de mí.
De esta forma, entre charlas y risas, fue creciendo dentro de mí esa sensación tan extraña, mezcla de ilusión y optimismo exacerbado, que tan pocas veces he sentido en mi vida. Veía que por fin había encontrado lo que durante tantos años busqué. Lo tenía ahí delante, al alcance de mi mano: llevaba el pelo recogido y unos tejanos. El fruto de mis anhelos, siempre antes un ente abstracto, al fin cobraba forma.
Entonces llegó el temblor. Eso pasa cuando no puedes dormir, ni comer, ni pensar. Sólo tiemblas. Piensas en que hoy la vas a ver y tiemblas. De nervios, de emoción, de excitación, quizás también de miedo. Esa sensación va creciendo y notas que poco a poco va ocupando el total de tu vida, sacando de ella otras muchas cosas que, para ser sinceros, nunca debieron de ocupar tanto espacio dentro de ti. Hasta que se convierte en tu único pensamiento, desde que te levantas hasta que te vas a dormir. En este momento te das cuenta de que no puedes seguir así por más tiempo y decides, por una vez en la vida, ser tú el que escriba el guión.
Estar enamorado, creo yo, es lo más parecido a ir drogado que uno puede llegar a estar, sin sustancias químicas de por medio. Uno pierde la noción de las cosas del día a día, las preocupaciones banales que hace no tanto nos reconcomían desaparecen de un plumazo. Lo único que se siente es un estado de euforia permanente, de deliciosa irracionalidad. Es como si de golpe y porrazo fueras inmortal, estás por encima de todo, nada puede dañarte. Flotas en una nube, tu nube, y nada te hará bajar de ella.
Por eso, cuando despiertas del sueño, el batacazo es demoledor. Subiste a lo más alto, poquito a poco y con mucho esfuerzo, para luego caer en picado. Así, en un instante, sin red. De bruces contra el suelo. No hay metadona en el mundo que pueda calmarte, que pueda aplacar todo lo que sientes.
Así afronto los tiempos venideros. Me caí desde muy arriba, llevará tiempo volver a recomponerse. Volver a mi vida vacía de siempre, en la que cada día es como el anterior, en la que si un día decides no levantarte de la cama no pasa nada, nadie te echa de menos y el mundo sigue girando como si nada. Al final, resulta que nadie es imprescindible. Bueno, casi nadie.
De todas formas, yo por mi parte seguiré cerrando los ojos muy fuerte y así, como el mago del que habla la canción, algún día poder hacer que me quiera...
Los Planetas - David y Claudia
sábado, 28 de febrero de 2009
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